martes, 6 de octubre de 2009

Acompañado!!!

    Mi cuello está sangrando pero no recuerdo nada, levante la mirada pero no puedo recordar en donde estoy, pronto el frio de apodera de mi cuerpo, pero no puedo moverme, creo que estoy derramándome en el suelo, todo es oscuridad, pero solo puedo sentir el frio lastimero de la muerte.

    Comencé a dejar mi cuerpo y mi espíritu se elevo, pronto supe que iba directo a la justicia, tuve miedo pero no había vuelta atrás, me encaminaba a un momento inevitable de la muerte, de eso de lo que hablaban las personas cuando se referían al juicio final.

    Me encontré a la entrada de un sitio escabroso, frio, como la sangre misma que yacía en el suelo hace algunos instantes, y oscuro, sin embargo me conducía mi conciencia como si ya hubiese estado allí. Sin puertas, excepto la primera y luego, un pasillo cavadizo, que parecía no tener final, aunque a decir verdad no importaba, en realidad no importaba nada, ni nada tenía sentido.

    Entonces le vi, era una mujer de belleza siniestra, parecía llevar mucho tiempo allí, tomo mi mano y dijo: - Cruza el rio y cuando pases, estaré del otro lado para asegurarme de que así sea.

    Atravesé el rio pero este, me arrancaba el ser, era como un purificante y al mismo tiempo un destructor fluyente, que tomaba cada parte de mi cuerpo que le pasase y trataba de extraerlo, pero no sentí miedo, ni dolor, solo como el nivel de mi espíritu disminuía.

    Por fin llegue al otro lado y ahí estaba, pero en este lado del rio su piel se pego mas a sus huesos como si el pasar del tiempo le hubiese hecho estragos en su cuerpo, entonces solo entonces comprendí que la justicia estaba muy cerca, ya que la mismísima muerte protegía mis pasos.

    Al otro lado del rio se podían congelar los huesos o aquellos despojos que quedaban de mi, sentí mi ligereza, como si volara involuto a través de los confines del mundo, entonces comencé a sentirme enfermo.

    Ahora me sentía sucio y casi podía oler mi carne pútrida que con ese sitio glorioso, eso era. Entonces, vi una luz confusa a la que podía acercarme mas rápido, pero que era imposible de ver, gracias a su resplandor, supe que era la hora de mi juicio.

    Me aferre al viento, pero este me obligaba a seguir. Comencé a sentir el sudor en mi espalda y en mi cabeza, sentí que seguía sangrando, toque mi nuca y por un momento cerré mis ojos, queriendo evitar lo inevitable.
   
    Al abrirlos me encontré de nuevo en el suelo. – Ahora recuerdo – pude susurrar, el puñal perforo mi cuello, pero no puedo matarme, recordé también a la dama del rio, el viaje y lo demás, entonces me aferre a la vida, incorporándome del suelo entre el charco de sangre y le busque. – Ese desdichado tiene que morir – me levante.

   Fue entonces cuando tome la daga de mi cuello, provocándome una herida grande pero no lo suficientemente mortal y la enterré en su corazón. Él no podía entender lo que pasaba y yo solo tenía en mente mi victoria, desde ese entonces la muerte es mi guía y mi protectora.


Janice E. Noriega Calderón
Octubre 2009


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